El candidato
El chico, digo el hombre, parecía amable. Nos cruzamos varias veces al ir y venir de casa, en el ascensor, en la entrada, en fin, en distintas circunstancias. El hombre, alto, más que yo, de cara y sonrisa bonachona, ojos claros y pelo rubio que raleaba en la coronilla, se presenta un día en el viaje desde la planta baja, hasta la suya, en el quinto piso. -Justiniano, soy técnico de comput adoras-. Y me extiende varios papeles, tipo tarjetitas, con sus datos y un teléfono. Genial, tardé poco en googlearlo, y ver su perfil público en Facebook, esa red social donde todo se comparte, desde un plato de comida, pasando por un viaje, hasta un orgasmo. Comento el encuentro y sucesivas charlas con distintas personas, Mariana mi compañera de almuerzo los jueves y viernes, mi psicóloga, y con Flor mi hermana y su amiga, Fer. Entusiasmada imagino que el muchacho es soltero. ¡Un posible candidato! (Qué palabra más antigua, más demodé, “candidato”,¿candidato a qué? ¿A mi mano? ¿A mi amo