The kiss Gustav Klimt De repente lo vi. Estaba allí frente a mí sentado en una mesa leyendo. Era él. Creo que el también me reconoció porque sostuvo mi mirada y me sonrió. Yo bajé mis ojos con una timidez ancestral e invencible. Quería mirarlo y sonreírle, sostener su mirada, acercarme a él. Me levanté despacio, caminé hacia su lugar. Me incliné y mirando sus labios, lo besé. El se quedó inmóvil, dejándose besar y sentí como por debajo de sus labios se dibujaba una sonrisa cómplice que trasladó a mi boca. Entonces riéndonos ambos nos separamos y nos quedamos muy cerca, nos miramos fijamente mientras el se ponía de pie y me abrazaba, primero lentamente luego cada vez con mayor firmeza. Yo sentí la vieja debilidad de mi sangre y mis músculos y no pude más que rendirme, sabiendo que esa claudicación era la última y definitiva y que a partir de ese momento mi historia pasada y todo el futuro cambiaban radicalmente. Fue un instante eterno,
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