Animación Suspendida
Es
hermosa mi gata June cuando medita, cuando su mirada se clava en un punto y
permanece inmóvil, llevando en su interior todo el instante presente que se
prolonga en un lapso eterno donde todo es armonía y todo es paz. La miro meditando
y admiro esa capacidad de abstraerse de todo y fijarse en ese horizonte
invisible tan ajena a mí y a todo lo que la rodea.
-¡Zoe!-
exclama mi vecina de arriba e interrumpe mis meditaciones que acompañan las de
June.
Miro
el libro que había dejado de leer por unos minutos, miro a June y escucho como
su madre reta a Zoe por alguna travesura.
Es tan dulce mi vecina. No tiene seis años. Pero es alegre como un cascabel. La conozco desde que nació prácticamente y su madre le gritaba cuando lloraba demasiado. Le acaba de gritar de vuelta. Pobre. ¿Quién nos enseña a ser padres o madres? Pero es tan dulce con su remera de Frida que dice: "Viva la vida" y sus cantos y cómo le gusta últimamente hacer sonar las copas delicadamente para hacer música. En fin. Creo que me hubiera gustado tener una hija. Tal vez. ¿Le hubiera gritado si lloraba? ¿Le hubiera comprado una remera de Frida con una inscripción que diga: "Viva la Vida"? ¿La hubiera criado sola, sin padre, tan bella y buena como es, como la escucho mientras escribo y pienso en mi estado? Soltera, sin hijos.
Del otro lado de la pared maúlla alguno de los gatos de Alfredo y Marcelo. Praga y Giácomo. Uno de los dos. Los felinos vecinos de June que sucedieron a Djuna, la enorme gata que luego de una agonía lenta y dolorosa, murió.
Un día Djuna sacó volando y a puro bufido a June que se animó a asomar las narices por su casa. Debo reconocer que yo iba atrás, dispuesta a husmear en la casa vecina también. Al igual que June. Pasó un tiempo de eso. Años, algunos, dos o tres.
La
relación con mis vecinos es cordial pero tal vez un tanto distante. Quizás
intuyen que en mi enorme soledad podría invadirlos o imponerles mi presencia
más de lo deseable. Este fin de semana largo se fueron de gira a la provincia a
presentar “La tempestad” en su teatro de Chacabuco. Los sentí regresar, el
silbido habitual para llamar a los gatos y las voces festejando su respuesta.
La
casa está en venta hace unos meses. Las visitas se suceden unas a otras. La
gente viene y mira, a la mayoría le gusta la casa aunque al mirar hacia arriba
y ver los muros deteriorados de la casa vecina se echan atrás. O eso fue lo que
me comentó la última vez Claudia, que vive al lado, tiene una inmobiliaria y es
quien está mostrando la casa.
Hoy
Claudia mostró la casa como tantas veces desde noviembre del año pasado. “La
casa fue refaccionada por un arquitecto como vivienda, no como inversión…”. Se
va desplazando con los visitantes mientras espero afuera. La idea es dar
libertad para que la gente opine y haga preguntas sin que yo intervenga.
Claudia
le regalo a June un cepillo para que le saque los pelos que se desprenden de su
pelaje y que ella se lame formando la bola de pelos que luego la hace vomitar.
Creo que le gustó bastante.
Finalmente
la casa se vendió. Lo que parecía difícil o imposible, sucedió. Ahora estoy en
mi nueva casita, mucho más pequeña pero inmensa en el cielo que se asoma por la
ventana y la vista aérea de la ciudad. Ya estamos instaladas con June y ella
parece estar tan a gusto como yo.
Ahora
que dejo tanto atrás comienzo a escribir mi propia historia. Otras atmósferas,
otros modos, otros estados de ánimo como el presente que me embarga, feliz y
pleno. Hoy.
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