Mentiras Piadosas
Para conocer mejor a Patricio le dijo que era soltera y que no tenía hijos. Sabía que además de ser el agregado cultural en Irlanda el era católico y conservador y no la llevaría a cenar, no le daría ni un beso si se enteraba de su marido y los chicos. Si. Estaba cansada de lavar, cocinar, rezar el rosario en la gruta de la placita todos los jueves y hacer el amor solo por complacer a otros. Entonces cuando conoció al diplomático a la salida de misa mintió.
–Todos lo hacen- pensó. –No sería ni la primera ni la última vez-.
También engañó a su marido y le dijo que ese viernes tenía un curso de ikebana a las cinco. Se olvidó de Juan que salía a las cuatro del jardín.
Estaba por terminar su café, Patricio ya acercaba su mano a la suya. Sonó el celular. Las seis. Juan llorando a la salida del jardín. Marisa llamó a su marido desde el baño, arregló con él y volvió a la mesa. Patricio le tomó la mano. Su anular. Sabía que vendría la pregunta.
-¿Y esta marca blanca?
–El decenario-, respondió ella poniendo su mejor cara de piadosa rezadora. –Se me perdió-.
El sonrió y de la mano fueron a su casa. Se quitaron la ropa apresurados y entonces Patricio la miró despacio estudiando cada detalle. La marca de la cesárea de Juan brillaba sobre su vientre delatándola otra vez.
–Apendicitis- sonrió y lo abrazó con fuerza.
Las ocho. José María volvía de la oficina. ¿Había comida en la heladera? Si. Pastel de carne de anteanoche. Marisa volaba. No era la señora de Perez Subiela, era la princesa aventurera, la mujer audaz que había conquistado a Patricio. Cerró los ojos y vio a su marido y sus hijos cenando solos en el comedor. Sintió culpa. Patricio dormía. Se levantó, se vistió y volvió a su casa.
José María la esperaba sentado en el living. Miraba las noticias pero cuando ella entró apagó la televisión. Evitando sus ojos le dijo:
-Llamó Patricio de la parroquia. Le dije que estabas en tu curso de ikebana-. Sonrió con amargura y la miró.
-¿Hice bien querida?-.
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