Hogar Santa Rosa
Lunes 7 de septiembre, medianoche.
Cristóbal:
Ya no te amo. Te amé, es cierto, más aún te adoré, es verdad. Pero el sentimiento que me desbordaba el alma los domingos a la tarde o los miércoles al mediodía, ya no existe. La novedad siempre gozosa de sentir cómo de tu boca salía sin fisuras el nombre que me definía, desapareció. Se escurrieron las letras por la rejilla del baño, la C panzona, vacua, que encabezaba una serie de vocales y consonantes, los puntos suspensivos, la coma y el silencio. Intenté recoger varias veces las letras y mi esencia dispersa en sus trazos pero fue inútil. Poco a poco, también se apagó tu voz diáfana. Me apagué yo. Dejaste de existir en el espacio entre mis pulmones. Tu poder sobre mi alma y mi cuerpo se oscureció primero, luego se aclaró del todo hasta que la blancura se mezcló con las nubes que contrastaban con los pimpollos de las rosas en el cantero del jardín.
Te sorprenderá leer que ya no te amo porque nunca antes te dije que te amaba. Sé que vas a arquear una ceja, la izquierda, sé que el costado de tu boca, el derecho, comenzará a dibujar una media sonrisa. Todo esto lo sé antes de escribirte. El punto es que lo sepas, que digieras cada sílaba, que la idea llene tu cabeza y explote adentro detonando algún sentimiento, no importa cual. Yo seguiré aquí, escribiendo desde las cenizas, grises, trémulas y buscando con un chispazo de la luz del sol, renacer en la mañana.
Y ahora verás, te tengo que dejar, golpean a la puerta, será quizás la enfermera con la medicación de la noche, la rubia esbelta, esa que vos siempre mirás cuando venís a podar los rosales y cortar el pasto, los domingos de gloria y los miércoles amnésicos.
Clarita.
2008
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